lunes, 1 de febrero de 2010

Playeras

Ahora que en nuestro país proliferan las camisetas con mensajillos dizque jocosos y parodias a logotipos de marcas muy conocidas (diez años tarde por cierto), es momento de retomar con orgullo la tradicional prenda que muestra la tapa de un disco, sirve como testimonio del paso de una gira por cierto punto del globo, o anuncia de manera clara y directa un conjunto.



La camiseta oficial, representa en la actualidad muchas más ganancias para un grupo, que la venta de discos compactos y en algunos casos es más redituable que la venta de entradas para un concierto. Fabricarla tiene un costo aproximado de cinco dólares y quienes la adquieren pagan cerca de veinticinco.
Del precio al público, casi el cuarenta por ciento va a parar a manos del artista; en Estados Unidos existen compañías dedicadas a comprar los derechos de manufacturación de mercancía oficial de una banda (como MerchDirect); dependiendo el calibre del artista y el potencial de ventas que tenga, se le otorgan adelantos hasta por 400 mil dólares.



Con todo y las probadas bondades de la camiseta del rock (y aunque lleva décadas formando parte de la cultura pop), todavía encuentra en su camino algunos detractores. El peor de todos, el más dañino, el que desea exterminar esta forma de arte para siempre, son las madres de familia. A la mía, por ejemplo, le perturbaba en demasía mi camiseta con la tapa del álbum Dirty Rotten Filthy Stinkin' Rich, de Warrant, que solía ponerme en bautizos, bodas, funerales, festivales escolares y básicamente cualquier evento social donde hubiera que ir vestido. Harta de que su retoño portara la imagen de un gordo fumando billetes en el pecho, mi progenitora hizo como que se le perdía la mencionada prenda, la cual reencarnó, meses después, en un par de trapitos de cocina, monísimos.



Otro enemigo importante de la camiseta del rock lo encontramos en los sujetos que reciben y/o atienden en restaurantes "finos", de esos donde se come sentado y con cubiertos. No importa qué edad se tenga el personal de esos lugares siempre mirará con desconfianza al portador y le asignará la mesa más arrinconada posible para evitar que otros comenzales se escandalicen con el arte de tapa del And Justice For All. En realidad me parece que esos tipos son envidiosos y les encantaría pasar aunque fuera 24 horas con una camiseta del rock y no con el ridículo uniforme que la mayoría de las veces se les obliga a portar.
La sagrada prenda (fabricada casi siempre de algodón) provoca incomodidad en recepcionistas, personal de oficina, algunos médicos, ejecutivos, directores de colegio; y cuando el diseño involucra fuego, sangre o calaveras, las señoritas se asustan mucho.



Se trata de una frivolidad. Pero la camiseta de un grupo de rock que te gusta, sirve para ir por el mundo diciéndole, a cuanto transeúnte te encuentras, tus opiniones sobre la vida, el partido que has decidido tomar, a quién apoyas incondicionalmente, qué concierto te cambió la vida o qué disco estarías dispuesto a comprar cien veces si fuera necesario. Es una frivolidad, pero luego esas cosas hacen que la vida parezca menos complicada.

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